Vivir en Antofagasta nos aleja de la realidad, de la verdad.
Una ciudad floreciente que se encuentra en sus años más tiernos pero que sin
embargo ya ha sido peleada de todas las maneras posibles, militarmente en la
guerra del pacífico que hizo que chilenos, peruanos y bolivianos se enfrascaran
en una contienda bajo el ardiente sol del Desierto de Atacama, económicamente
por los americanos en el auge del salitre, y mediáticamente por la gran
influencia extranjera que recibe mi ciudad de mentiras estos días.
Aunque a mi parecer Chile jamás opuso mucha resistencia a extranjeros venidos del hemisferio norte, pero eso es otro tema.
Aunque a mi parecer Chile jamás opuso mucha resistencia a extranjeros venidos del hemisferio norte, pero eso es otro tema.
Calle Matta con el edificio corporativo más famoso de la ciudad: El Obelisco |
Una vez, en un trabajo de la carrera debí ir a sacar un par
de fotografías al centro de la ciudad, tan diverso cómo desordenado. En el
momento el que me encontraba en plena calle Matta, una de las principales vi
cómo todos caminaban bajo un flujo de cables eléctricos que recientemente la
alcaldesa decidió eliminar para embellecer la ciudad; fue ahí en dónde se me
ocurrió la alegoría de las cadenas, nuestra ciudad de mentiras tiene a sus
habitantes atrapados bajo cadenas de flujos magnéticos que transportan nuestros
sueños y nuestra estabilidad (representando los cables de internet cómo los
sueños y la bendita electricidad cómo el progreso que nutre nuestra
estabilidad).
Una vez una amiga me dijo que prefería Antofagasta a Calama
porque en esta ciudad se vive ese ambiente bohemio del que Calama carece. Aún lo busco.
Antofagasta es de todo menos bohemia, con suerte contamos
con el Café del Sol, aquél en el que al entrar te encuentras con la famosa hoz
y martillo del partido comunista, ese partido que desde la dictadura ha resguardado
su patrimonio artístico tal como resguarda los millones que encierran sus
arcas. Antofagasta nació de la industria y la minería, aspectos que posiblemente sean su maldición artística y su bendición económica.
Y no quiero
hacer sonar esto cómo que odie mi ciudad, es más, me sorprende, una ciudad que
está en el desierto (pero que no lo está) bañada por aguas que alimentan sus
calles con el comercio extranjero y sostenida por rocas que nos brindan el
preciado cobre tan necesario para subsistir aquí.
Una vez me di cuenta que mis cuentos estaban tan vacíos cómo
mis letras. “Necesito vivir” decidí.
¿Y dónde he vivido más? … en Antofagasta por supuesto, ¡Si
es mi amada Abdul’hab ciudad dorada y joya del desierto que vincula Titán y la
Rosa!
Un microbus de no se qué línea, no soy perfecto. |
Es por eso que recorro con la mirada cada callejón por el
que pasa el microbús que me transporta diariamente a la universidad católica en
la que estudio para memorizar y aprender que esta ciudad tiene más que contar
de lo que muchos piensan y es porque quizá deberíamos comprender que un libro
de oro y cobre tiene mucho más que decir que una perla, puesto que una perla
sólo se aprecia por su belleza y Antofagasta es de todo menos una joya hermosa
(he ahí la ironía de la Abdul’hab, ciudad tan frecuente en los viajes de mis
amores imaginarios).
Ahora las diabluras.
Si Antofagasta fuera
una persona, sería un minero fornido con su casco amarillo, camiseta blanca manchada
por la tierra y la transpiración, un rostro de mirada pétrea y manos duras que
pueden extraer el mineral de recónditos pasillos de tierra; sin embargo llegada la noche este macho se
pondría sus mejores prendas en las que cuenta un hermoso vestido rojo con
mostacillas y un indecoroso escote, tacones blancos y altos que atraigan las
miradas en las oscuras y frías noches de la ciudad y por supuesto lápiz labial.
Antofagasta es un transformista juguetón que adora salir de
noche a divertirse.
El consumo desenfrenado de ítems exportados de algún lugar
lejano en el día es el mellizo digno de un comercio sexual brindado por
osados/as trabajadores/as sexuales, mujeres y hombres que deben abrazar la
noche para sostenerse en el día.
Por supuesto esto no lo he inventado yo, lo escuché una vez
de una maestra que mucho sabe de la noche puesto que ha estudiado la flor de
pétalos rojos que sólo florece cuando la luna y el mar negro contemplan Antofagasta
desde la lejanía.
Por último, si ves Antofagasta desde lejos en la noche,
podrás ver que una manta de sueños y virtudes doradas arropa a sus habitantes
en la fría noche desértica.
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